Vudú

Habían pasado varios meses desde que ella le regresó el muñeco que había hecho para él mientras salían, pero que por causa de las reparticiones de bienes, bien conocidas por todos los que se dejan, se lo quedaría. Ese día admitió con leve recelo que le parecía extraña la decisión, pero al ver lo idéntico de la figura de trapo a él, así con camisa de cuadros y todo, sin titubear mucho agradeció a su antigua compañera de viaje por tan bello gesto y en el camino pensó qué lugar del cuarto ocuparía.


No pasó mucho para que la mente soñadora y hambrienta de misterio que éste tenía, cediera a una de sus frecuentes películas. No lo culpo, el muñeco de por sí era un tanto raro, tela blanca para la piel, curtida por el tiempo que debió haber pasado guardado, vestido a la moda de los noventas, y con una sonrisa y ojos a hilo negro que pretendía emular la carita sonriente drogada de Nirvana. Era un jodido vudú, o por lo menos eso se repetía cada noche desde que su vida se comenzó a venir abajo.


Desde que despertaba, la miseria de la cotidianidad no bastaba, sólo requería de levantarse para que los problemas comenzaran. En la calle los perros le ladraban y perseguían. No lograba conseguir un peso con su rota guitarra en los buses, y eso cuando si quiera le permitían subir sin insultos o sin pagar. En cuestiones del corazón era en lo único que parecía que el pedazo de trapo, como ahora lo llamaba, lo estaba favoreciendo, razón por la cual no lo hubo encendido como quiso en su momento. 


Al parecer había encontrado un ángel que le daba motivos para enfrentarse a las desavenencias, y todo lo anterior, según él, por causa del mini-él. Cada insignificante cosa; canción, visión, palabra... todo se hilaba en su red de sospechas esotéricas y pese al mal rato, los buenos besos le justificaban. Agradecido aunque contrariado supo mantener la calma hasta la noche que marcaría su partida. 


Escribir se había convertido en su condena, le era obligatorio registrar todo lo que sucedía entre su musa y él, cada emoción y pensar quedaban guardados en pedazos de papel que rasgaba de su viejo cuaderno de escuela, en donde no habían sino garabatos hechos por él y la antigua dueña del pequeño monstruo, y entre ellos una que otra carita drogada como la del mismo. Antes del último golpe para el punto final de su escrito de turno, su ángel le sorprendió tocando a la puerta. Era muy tarde, muy sola y fría la noche como para que su deseo por ella, mezclado con la nicotina y las cervezas que llevaba encima, no se desatara sin control al momento de tenerla entre brazos. 


Ya en cama, con las espaldas cubiertas en rasguños y con los ecos aún perceptibles de los gemidos de ambos, mientras dormitaba el maldecido, la bella luna de sus noches se estremeció al ver por vez primera, sobre el escritorio junto a los papeles, al muñeco que tanto he mencionado y del que ahora me faltan adjetivos. Lo dispuso en sus manos, lo detalló tanto que cualquier ser vivo hubiera volteado la mirada, sonrió por el parecido que éste tenía con su amante, y en un gesto de ternura deslizó con cierta fuerza su anillo de tela por sobre el cuello del muñeco tal como si fuera un collar ajustado. Lo dejó allí, tendido sobre las memorias de su querido que ahora se ahogaba. 


-Esa es la historia. ¿Segura que quiere llevárselo?

-Sí, totalmente. Me hubiera gustado decirle que yo ya no lo amaba.


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